¿Cómo recibimos los cambios?
Alicia Marvila tenia 21 años y era una aplicada alumna del turno mañana de la Facultad de Derecho, donde estaba cursando su tercer año de abogacía.
En los primeros días de agosto de este año, se enteró por facebook que ya estaba vigente un nuevo Código Civil y Comercial, y que se habían derogado los dos códigos anteriores, con los que venía estudiando todas sus materias.
Se sintió perdida, como si todo lo estudiado hasta ahora ya no tuviera sentido y debiera empezar de nuevo.
Bajo esa horrible sensación se le ocurrió un plan: interrogar a todos y a cada uno de sus nuevos profesores del cuatrimestre sobre el reciente Código Civil y Comercial y sobre cómo éste influiría en sus estudios y en la profesión que había elegido.
Comenzó su plan el mismo lunes con el profesor Lirón Cornejo.
Una vez finalizada la clase y en cuanto Alicia le hizo la pregunta, el profesor perdió la línea, se puso colorado y, con ojos desorbitados, gritó a los cuatro vientos que el Código era una barbaridad y que consagraba soluciones extremadamente graves y ajenas a nuestros valores tradicionales. Fíjese, por ejemplo, que en el matrimonio ya no hay deber legal de fidelidad. Luego agregó, algo más calmado, que ya estaba preparando, con algunos colegas, una acción de inconstitucionalidad y que, si hacía falta, pensaba llegar hasta la Corte Internacional de Justicia.
Muy distinta fue su experiencia el día martes, cuando la profesora Reina Blanco le dijo que hacía tiempo que venía estudiando el proyecto y que, a su juicio, los cambios que traía el nuevo Código se ajustaban a una sociedad que ahora era multicultural, como por ejemplo los temas de igualdad y de unión convivencial. Además, le dijo que para Alicia era una oportunidad para repensar el sentido de las instituciones que ya venía estudiando y que debía estar feliz porque ahora los jóvenes iban a tener la posibilidad de saber más derecho vigente que los mayores.
El miércoles Alicia siguió con su plan y, ante similar cuestión, el profesor Felix Oregon le confesó que sentía miedo como hombre de Derecho porque la seguridad jurídica iba a desaparecer, en tanto el nuevo Código tenía normas muy imprecisas cuya solución quedaba absolutamente en manos de la discrecionalidad de los jueces, como el caso de las compensaciones en el divorcio. El problema, le dijo, se agrava por las dificultades del propio poder judicial y porque el Código no dice nada de cómo se va a aplicar a las situaciones preexistentes. “Preparémonos para lo peor” concluyó casi aterrorizado.
El jueves, interrogada la profesora Azul Rossa, casi se pone a llorar ante la pregunta de Alicia. Le dijo que sentía un profundo dolor por la aniquilación de un Código venerable como el Civil (nada dijo del Comercial), y que se trataba de la pérdida irreparable de un siglo y medio de valiosa doctrina y jurisprudencia. De todos modos ya había empezado a leer el nuevo texto, que no estaba tan mal como algunos decían.
Finalmente el viernes, cuando le hizo la consulta al profesor Angel Sobrero, éste apenas si le prestó atención al tema. Como quien no quiere la cosa, le comentó que él ni siquiera había empezado a leer el nuevo Código, que no le parecía que un cambio en el derecho privado pudiera tener demasiada importancia para el país y que, en todo caso, Alicia no debía preocuparse porque había escuchado que sería derogado por el próximo gobierno.
Alicia Marvila quedó totalmente desconcertada ante la variedad de las opiniones de sus profesores. ¿Era bueno o era malo el nuevo código? ¿Iba a mantenerse en el tiempo y debía ser estudiado o no? ¿Qué iba a pasar de aquí en más con su propia carrera y con su futura profesión?
Como estaba absolutamente confundida, y para hacer un paréntesis y recomponer su ánimo decidió esa misma tarde ir al cine.
La única película disponible en ese horario era una de animación infantil titulada “INTENSAMENTE”. Se resignó a verla, aunque fuera para pasar el rato.
En seguida el argumento de la cinta la atrapó. Consistía en la existencia, en la mente de cada sujeto, de cinco personajes interiores que representaban cinco emociones básicas, cuya luchas y preeminencias transitorias determinaban, en cada caso, las respectivas conductas. Las cinco emociones personificadas eran: “desprecio”, “ira”, “temor”, “tristeza” y “alegría”.
Al principio le pareció original y divertido el planteo hasta que, después de un rato, cayó en la cuenta que esas emociones coincidían, o al menos se acercaban, a las experimentadas por ella misma y por sus profesores durante la semana, cuando ella los había interrogado sobre el nuevo Código.
¡Ahora sí que estaba realmente confundida!.
Al día siguiente, como todos los sábados a la mañana desde la separación de sus padres, hacía cinco años, Alicia fue a su sesión de terapia con Sigmundo Fredo.
Dado que no podía dejar de pensar en la diversidad de opiniones entre sus profesores y en la lucha de emociones que había experimentado y visto en la película, aprovechó la sesión para contarle los hechos a su psicoanalista.
Sigmundo Fredo la escucho atentamente, se tomó un tiempo para pensar, y luego, como excepción a la regla del silencio del analista durante las sesiones, habló un largo rato.
Le comentó que ante un acontecimiento grave e imprevisto, un shock físico o mental, se produce un “trauma” en las personas. Que, frente a dicho trauma, éstas reaccionan siguiendo generalmente una secuencia emocional, o sea pasando por diversos estadíos previsibles y sucesivos.
En primer lugar, un estado de “negación” del hecho (“esto no está ocurriendo”;”no puede ser verdad”). Luego la etapa de “bronca”, “excitación” y “alarma” (“los odio”.”los voy a destruír””Me vengaré”). Posteriormente cierta “victimización” o “culpabilización” (¿porqué a mí?, ¿Qué hice de malo?, ¿Lo merezco?”).
La etapa siguiente, no siempre alcanzada, sería la de la “aceptación” de la situación (“veamos como seguir adelante conviviendo con esto”).
Finalmente, hay una última etapa, deseable pero difícil, que es la de “recuperación”, que requiere la reinterpretación del hecho para mirarlo como algo positivo o como algo que deja una enseñanza (“Lo que de entrada parecía malo ahora resulta que al final fue bueno”).
Terminó Sigmundo hablándole de la “resilencia”, como la capacidad, natural o desarrollada, de ciertas personas para sobreponerse a situaciones graves y quedar igual o mejor que antes del hecho traumático: “Lo que no te mata te fortalece”, le dijo para dar por concluída la reunión.
Alicia volvió a su casa, pensó un rato en todo lo que había pasado, abrió su facebook personal y publicó “El nuevo Código Civil y Comercial constituye un trauma para los profesores y alumnos de la Facultad de Derecho”. Con esa frase se quedó tranquila por el momento.
Cuando el sábado siguiente le contó a Sigmundo lo que había escrito en su facebook, éste le sugirió que agregara “Pero de la actitud de cada uno depende la respuesta que damos a ese trauma”.
Esa frase de Sigmundo impresionó mucho a Alicia. La escribió obedientemente en su facebook pero no llegó a interpretarla acabadamente y se quedó obsesionada, pensando en ella toda una semana.
Finalmente, tuvo lugar un momento de profunda “iluminación”. Alicia vió la luz y publicó en su facebook la siguiente frase: “De la actitud personal que yo asuma frente al nuevo Código dependerá cuánto lo pueda aprovechar en mis estudios y en mi profesión. Lo voy a estudiar con entusiasmo”. Ahora sí, satisfecha, cerró el celular y supo qué hacer desde entonces.